El ministerio de la verdad by Carlos Augusto Casas

El ministerio de la verdad by Carlos Augusto Casas

autor:Carlos Augusto Casas [Carlos Augusto Casas]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788466669634
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2021-04-08T00:00:00+00:00


La enfermera dedicó una amplia sonrisa a los dos vigilantes jurados desde el interior de su coche. Al reconocerla, los hombres se aprestaron a pulsar el botón de la garita que abría automáticamente la puerta de hierro de la residencia y dejaba el paso franco al vehículo. Ella les dio las gracias asomando la cabeza por la ventanilla y continuó su camino hacia el interior de las dependencias. Condujo hasta la zona del aparcamiento para empleados y estacionó en la plaza situada justo debajo de la cámara de seguridad para evitar su ángulo de visión. Al bajar del coche, la mujer abrió el maletero. Allí estaba Varona en posición fetal.

—¿Ha sido cómodo el viaje? —comentó la mujer con sorna.

—El servicio de habitaciones es francamente mejorable —contestó Varona, saliendo con torpeza del vehículo.

—Cuando entremos, no se separe de mí bajo ningún concepto. Tome —dijo la enfermera, entregándole una bata blanca—. Está manchada, me la llevaba a casa para lavarla. Aunque no creo que le importe. Porque a los periodistas como usted les gusta jugar sucio, ¿no? Con ella puesta, nadie se fijará en usted. Y menos con el caos que hay ahí dentro.

Varona notó que le quedaba un poco estrecha, pero serviría. Volvió a encender la cámara e introdujo el móvil en el bolsillo delantero de la bata, dejando sobresalir la lente.

—Prométame que nunca se sabrá que fui yo la que lo metió aquí —suplicó la enfermera.

—Jamás he revelado mis fuentes. Además, en su caso no podría hacerlo, no sé ni cómo se llama.

—Y el vídeo en el que se me ve fumando. Lo borrará, ¿verdad?

—Eso me recuerda que tengo que limpiar la memoria del teléfono porque va algo lento.

—Dos horas. Ese es el tiempo que vamos a estar dentro. Después se acaba mi turno y saldremos como hemos entrado. ¿De acuerdo?

Varona asintió con un gesto. Y los dos se encaminaron hacia la puerta de entrada.

La residencia constaba de cuatro plantas: una de ellas, la más alta, albergaba los despachos de los doctores y otras dependencias de los empleados en el centro. Las otras tres estaban dedicadas a los residentes y se ordenaban en largos pasillos con habitaciones a cada lado. Al entrar, lo primero que recibió Varona fue un puñetazo en la nariz. El olor a heces y orín pugnaba por imponerse al del desinfectante industrial. Y era evidente quién iba ganando el combate. Aparte de la peste, la otra cosa que llamó la atención del periodista fue el ruido. Gritos sobre gritos. Desesperados, histéricos, terribles. La desquiciada sinfonía del caos.

—Bienvenido al inframundo, el lugar donde habitan las almas en pena. Esto no siempre ha sido así. Antes éramos una residencia que acogía a ancianos con problemas mentales: demencias, alzhéimer, delirium, ya sabe. Trabajábamos bien, teníamos un número razonable de abuelos. Lográbamos que algunos mejoraran y que los otros, al menos, no empeoraran. Pero, de repente, a alguna mente preclara del maldito Ministerio de la Verdad se le ocurrió internar a todos los mayores de setenta años sin construir antes más residencias.



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